No logro que paren; segundo a segundo se difunden como si fueran pasteles comprados después de misa; dulces, apetitosos, llenos de deseo, pero con un veneno que salpica nuestras entrañas de basura que poco a poco nos mata la confianza. Las encontramos en los lugares más inesperados, rodeadas de verdades que las encubren, las hacen más engañosas, y al final picamos como moscas de patas pringosas de mierda. Sí, eso somos, bailadores de la porquería, de la mierda, de la repugnante mentira que parece que ha venido para quedarse.
Y la que más daño hace es la que acusa a alguien de lo que comete el acusador. Siembra la duda sobre el que es inocente, al mentiroso lo hace pasar por un verdadero patriota de misa y comunión semanal y, mientras miramos para el honesto con mirada torva, nos roban, matan, despedazan sin piedad mientras nos aseguran que la culpa es del íntegro.
Y sin darnos cuenta el mundo se carga de gobiernos totalitarios, destrucción de capas de ozono, aumento de ricos cuyo capital creció en la mentira, subida de temperaturas que van despedazando la Tierra, cada vez hay más pobres que mueren sin piedad de desesperación, los vertederos de basura llenan los basureros, los medios de contaminación, la política… Y ellos, los más mentirosos, lo niegan todo, lo disfrazan de banderas que cubren sus impudicias.
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